Un breve consejo para ese desdichado que llevamos dentro

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Jimy Cruz Camacho


Eran casi las 8.00 de la mañana y Apolinar Aguirre se despertó con un sentimiento de decepción. Ese día súbitamente se dio cuenta que todas las personas a  su alrededor le habían fallado, particularmente aquellas personas en las que se supone tenía que confiar más en la vida. Cierto era que recordaba con particular nostalgia aquellos fugaces momentos de su infancia en los que se podía decir que rozó la felicidad. Las tardes de beisbol, cuando jugaba a las carreritas con su padre, el día que conoció el mar y se quedó estupefacto ante tal obra de la physis o de la naturaleza, e incluso aquellas mañanas provechosas en las que se despertaba antes de que los rayos del sol arañaran las nubes en el horizonte.  Apolinar nació en una tierra exuberante y por más que a sus 38 años ya conocía muchos lugares del mundo no dejaba de añorar la vida pausada y tranquila que tuvo junto a los ríos, cañales y plantíos de maíz, arroz, papaya, mango y aguacate. Se levantó de la cama con cierto pesar, y recordó que – ¿Habrá sido Arthur Schopenhauer? -  los días son como una pequeña vida, así la hora de despertarse y levantarse es como un parto que se abre paso entre el dolor y la angustia, conforme avanza la jornada entramos a medio día y por la media tarde experimentamos la plenitud de la vida, poco después cuando el reloj marca como las 6.00 de la tarde la madurez y entrada la noche irremediablemente arribamos a la vejez con el consecuente acto de acostarnos y dormir ¿Acaso hay algo más parecido a la muerte? Así cada día, nacemos, crecemos y morimos en un ensayo constante de lo que es a largo plazo la vida misma.  Aun con pijama, tomó un bloc de notas y la pluma que dejan las empleadas del hotel en el buró, esos dos artilugios que seguramente muchos hombres de negocio en su diario trajinar jamás utilizan. Miró a su derecha por la ventana y vio la ciudad gris, esa que algún día habían dado en llamar la región más transparente del aire. Como de costumbre puso su puño derecho sobre la barbilla y se quedó pensando unos segundos sobre lo que iba a escribir, tenía que hacer la agenda del día, escribir algunas líneas en forma de guion sobre lo que tenía que decir en una reunión con una empresa del sector de los servicios, específicamente de publicidad. Se dio cuenta que no estaba concentrado y mejor decidió dar cierta forma a las emociones y pensamientos que lo invadían en ese momento. Entonces, con lenta fluidez empezó a escribir lo siguiente.

Título: “Un breve consejo para ese desdichado que llevamos dentro

Se detuvo algunos minutos en el título y pensó en lo ingenuo que se veía escribiendo el título antes del contenido, pero esto le sirvió para tratar de dar cierto orden y forma a sus ideas, no era nada formal, sólo quería escribir un cúmulo de reflexiones y le vinieron a la mente algunos libros que había leído recientemente en tantos vuelos por el país y el extranjero. Uno de ellos el de Ensayos Políticos y Morales de David Hume, otro La Conquista de la Felicidad de Bertrand Russel. Entonces siguió escribiendo.

¿Se han preguntado alguna vez por qué nuestra vida es tan desdichada y por qué siempre tenemos algo de qué quejarnos? Donde sea veremos quejas, todo aquel que tiene un poco (a veces mucho) de algo siempre quiere más; dinero, amor, atenciones, tiempo para sí mismo, fama, reconocimiento, etcétera. He visto por ejemplo familias con padre y madre educados y con un ingreso familiar elevado, ciertamente con algunos defectos, pero seamos sinceros, ¿Quién no los tiene? Cada vez, con mayor frecuencia arribamos a un estado de bienestar material sin precedentes en la historia ya no digamos de las recientes generaciones, sino de la humanidad. Lamentablemente ese bienestar material que normalmente se traduce en autos, ayuda personal en una linda casa, colegios privados, hospitales, seguros, vacaciones, etcétera, no siempre se traduce en lo que propiamente podríamos llamar dicha personal por no hablar de felicidad.

Algo tengo por cierto, el bienestar material no tiene nada que ver con la dicha ni con la felicidad, como dice Bertrand Russel ¿De qué serviría hacer a todo mudo millonario si los ricos también son desgraciados? Nos hemos vuelto extremadamente exigentes con los demás, un poco de atención en el momento adecuado es buena, si no es en el momento adecuado o en exceso, la atención es mala y podría caer incluso en el acoso. Publicamos nuestras vidas enteras y damos a conocer nuestros pensamientos en lo que ahora llamamos redes sociales pero si alguien nos contesta con una opinión diferente o no está de acuerdo con nosotros, respondemos frecuentemente con cierta irritación y a veces hasta con molestia. ¿Es que acaso nos hemos vuelto tan exigentes que queremos que todo sea perfecto en todo momento?

Tengo la sospecha de que más allá de las reflexiones y pensamientos positivos que nos machacamos constantemente, el ser humano de hoy vive constantemente  angustiado y aterrado, lo cual lo lleva a experimentar diariamente altas dosis de irritación y enojo, tristeza y soledad. Dicho lo anterior, por más que pensemos que la actitud positiva, el ánimo, la alegría, el agradecimiento, la sinceridad y la amabilidad son acciones que nos llevan a una vida más plena y virtuosa, constantemente nos dejamos llevar por la envidia, la miseria, el enojo o el rencor. Es decir, vivimos en una constante lucha entre lo que sabemos que es bueno y las pasiones negativas que nos llevan a la perdición.

¿La naturaleza humana y sus acciones en última instancia están movidas por una actitud sentimental benigna como ser sociable, alegre, amistoso, benevolente, clemente, gratificante, animado y esperanzado o bien por sentimientos de miseria, apresuramiento, tumulto, indolencia, letargo, tormento, intensidad, rencor, animosidad, envidia, venganza, tristeza, melancolía, temor y un largo etcétera?

Todos estos afectos sentimentales son ejemplos de pasiones o emociones que rigen nuestra conducta cotidiana, más allá de los ideales que nos hemos formado como discurso. Por lo tanto si las notas fundamentales del ser humano son la inteligencia, los afectos, la voluntad y el cuerpo ¿Donde quedan entonces la inteligencia, la razón y las ideas para dominar la vorágine de pasiones, emociones y sentimiento que nos embargan día con día? En un segundo plano ya que al parecer nos dominan todo el tiempo las pasiones. Entonces el ser humano siempre utiliza la inteligencia (la razón) para  justificar todas sus acciones que en última instancia son pasionales (emocionales). Es decir, como ha dicho nuestro admirado David Hume “la razón es esclava de la pasión.

¿Estamos entonces condenados a vivir eternamente dominados por las pasiones, principalmente por las negativas? ¿Alguien podría afirmar con certeza qué es una pasión negativa y qué es una pasión positiva? ¿Es regla y práctica que tengamos que vivir condenados en nuestras celdas de enojo, angustia, irritación y soledad? ¿Está el ser humano tan lleno de sí mismo que termina por estar completamente vacío?

Afortunadamente para ser considerados seres humanos plenos contamos con la voluntad. Es decir, esa facultad que tenemos de querer las cosas pero haciéndolas al mismo tiempo. Dicho de esa manera, si ya sabemos qué nos hace plenos, pues debemos procurar más de esas acciones  que nos llevan a la plenitud o evitar aquellas que nos conducen a la desdicha.

De pronto cambió el sentido de sus palabras y empezó a escribir con la necesidad imperiosa de dar un consejo: Pero si después de tanto tiempo y a pesar de sus constantes deseos ha demostrado que no tiene voluntad para procurarse un poco de dicha, entonces aún hay una esperanza y la respuesta reside  precisamente en el mundo de las emociones ¿Donde más? Partiendo del hecho de que usted tiene todo el derecho a ser la persona más desdichada, infeliz y desgraciada del mundo si así lo desea (si esa voluntad tan humana no le permite salir de ella), entonces haga una pausa y piense un poco en los demás, por mínima empatía y simpatía deténgase un poco y trate de ser amable, quizá neutral  y no los contagie ni los contagie con dosis pequeñas o severas de su vida desdichada, infeliz y desgraciada.

Estaba absorto en el papel y en sus ideas. Justamente cuando escribió la palabra “desgraciada” se dio cuenta que ya eran las 8.30 de la mañana. De repente un súbito toque en la puerta lo hizo brincar de la pequeña silla giratoria en aquella repisa de aquel hotel para hombres de negocio. Se levantó, observó por la mirilla de la puerta y se dio cuenta que era Santa Lilia, nombre extraño para una mujer de nuestra época sobretodo tan hermosa y a quien frecuentemente sólo se refería como Santa.  Ahí en su nombre se dejaban ver sin lugar a dudas los resabios de la tradición española y mexicana de bautizar a los niños y niñas con el nombre del santo del día, aunque en los momentos de intimidad él le decía de otra forma. (continuará).

 

 

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